Javier Milei, el hombre que apostó por la generación más joven y las redes sociales como espacio de militancia, se convirtió en el nuevo presidente electo de Argentina. El dirigente que llegó con TikTok con un discurso antipolítico, efusivo, apelando siempre al lado más emocional de miles de usuarios, consiguió su objetivo. Un triunfo numérico contundente, pero que tuvo como antesala a una campaña en la que logró convencer a indecisos en tiempos de incertidumbre. Una época signada por la desconfianza y la viralización de certidumbres anónimas.
Las últimas semanas de esta contienda electoral estuvieron marcadas por una explosión de contenidos desinformativos vinculados a los dos candidatos que se encaminaron hacia al balotaje. Hubo videos, imágenes y montajes falsos de supuestos sitios de noticias que engañaban a cualquier lector con el objeto de perjudicar la imagen de Massa o de Milei. Si bien esta campaña malintencionada ya había comenzado desde principios de año, en los últimos días adquirió una intensidad motivada por la polarización que adquirió el proceso electoral.
Ni bien terminada la elección general de octubre, las redes sociales fueron el escenario del despliegue de una campaña de desinformación con arsenal pesado en ambas trincheras. Como señalamos en una columna anterior, fue la primera disputa presidencial que tuvo a TikTok como plataforma de contenidos y sus características sirvieron casi a la perfección para la masificación de contenido engañoso. Videos breves, de cuentas anónimas, impulsadas por un algoritmo que reconoce que cuando hay un mínimo de interés sobre una temática específica, se transforma en una catarata de contenidos similares. TikTok no reconoce matices, es un todo o nada en momentos determinados. Si el usuario se quedó más tiempo viendo un video de uno de los candidatos, la curación automática hará su trabajo y en cuestión de minutos tendrá una multiplicación de videos relacionados.
Los ejemplos de desinformación sobran. Al candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa le montaron una campaña para vincularlo con el consumo de drogas. Apareció en videos modificados con filtros en los que aparecía como fuera de sí, desorbitado, extasiado. Las descripciones de este tipo de videos en TikTok no decían mucho, pero sí las etiquetas con las que los usuarios categorizan sus videos: “massa durazo” o “massa consumiendo” eran algunas de ellas. También aparecieron montajes de imágenes que simulaban ser la publicación de algún medio reconocido en el que el candidato aseguraba que iba a sacar los planes sociales. Al candidato de La Libertad Avanza también lo perjudicaron con aspectos personales, con videos en los que aparecía afectado psíquicamente en situaciones de entrevistas o apariciones públicas. Los contenidos fueron tantos que entre las tendencias de TikTok de los últimos días aparecían frases como “Milei loco” o “Milei desquiciado”.
El debate presidencial fue de hecho uno de los acontecimientos que también disparó contenidos desinformativos para ambos bandos. Durante la semana posterior al cruce de candidatos circularon fotos del representante de la Libertad Avanza consumiendo supuestos medicamentos y en la redes se aseguraba que esto había ocurrido antes de subir al escenario de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, también se publicaron imágenes de una supuesta publicación del canal “La Nación Más” con una factura de honorarios firmada por el actor Pablo Echarri por haber prestado sus servicios “para practicar con Sergio Massa de cara al debate”.
Luego, ya en los días previos al cierre de campaña también se difundieron videos como uno en el que la mamá de Lucio Dupuy bailaba supuestamente desde la cárcel y llamaba a votar por Sergio Massa. También hubo acciones que aprovecharon la escasez de combustible que ocurrió a principios de mes y circuló una foto donde se veía a un playero de YPF cargándole nafta a su moto en una estación de servicio de la bandera Shell. El contenido aseguraba que era una foto actual, pero era de 2018. Otras desinformaciones tuvieron el objetivo de confundir a la ciudadanía con el voto de otros referentes, como por ejemplo, una supuesta declaración del ex candidato a presidente, Juan Schiaretti, que aseguraba que iba a apoyar a Milei. El punto más álgido de esta escalada llegó hasta la figura de Lionel Messi, quien quedó involucrado en falsas manifestaciones en apoyo a Milei y en los últimos días apareció una supuesta placa de Infobae en la que Messi pedía “un cambio profundo en el país”. La imagen era falsa y el contenido nunca había sido publicado por dicho medio.
Las principales plataformas de redes sociales, como TikTok, Meta y Twitter, advirtieron estas prácticas a nivel global mucho antes de los comicios argentinos e intensificaron sus esfuerzos para combatir la desinformación. TikTok, por ejemplo, destaca su compromiso a través de medidas que van desde mejoras en las políticas de integridad hasta inversiones en educación digital, con el objetivo de frenar la propagación de información no verificada. Paralelamente, Meta restringe el uso de inteligencia artificial en campañas políticas para mitigar riesgos y preservar la integridad y transparencia en el ámbito político. En cuanto a Twitter, aborda la desinformación definiendo contenido engañoso, etiquetándolo y reduciendo su visibilidad, evidenciando su firme postura contra la desinformación y su compromiso por proporcionar un entorno digital más seguro y confiable.
Más allá de las plataformas, fue también la primera campaña que se desarrolló en el marco de la efervescencia por la inteligencia artificial generativa. Sin embargo, no se observaron videos que podrían etiquetarse como “deep fakes”, es decir, contenidos manipulados con complejos algoritmos para modificar rostros, acciones o voces. La mayoría de los engaños fueron alteraciones de textos, imágenes o contenidos fuera de contexto, estrategias para nada novedosas, pero que aprovecharon la velocidad de las redes.
Tres niveles de daño
A pesar de los intentos de especialistas, comunicadores y organizaciones de frenar esta oleada de desinformaciones, podríamos reconocer que estos contenidos afectaron al proceso electoral en tres niveles. En primer lugar, perjudicaron a los dirigentes, cuya imagen se vio envuelta en engaños anónimos que se viralizaron rápidamente. En segundo término, a los ciudadanos, quienes muchos de ellos creyeron en la veracidad de dichos contenidos, publicados en la mayoría de las veces sin contextos ni mayores argumentos. Finalmente, un tercer perjudicado, y más complejo, fue el contrato establecido entre los ciudadanos y la política, vínculo cada vez más debilitado y ahora golpeado por la urgencia y la fugacidad de contenidos.
Correr detrás de la desinformación es correr en desventaja y se vienen tiempos más desafiantes aún. La solución dista de ser tecnológica, tiene aristas que no se solucionan con inteligencia artificial ni con controles a los algoritmos. Se combaten con inteligencia humana, formación cultural y, sin dudas, con un nuevo contrato que apueste por la confianza y la veracidad.